Gregorio “Goyo” Acevedo González
Semblanza
Maestro de Esgrima y Director de la Tuna de la Universidad de Puerto Rico
Dijo Julio Verne una vez en sus icónicas letras de ¨Viaje al centro de la tierra¨ que ¨…mientras el corazón late, mientras el cuerpo y alma siguen juntos, no puedo admitir que cualquier criatura dotada de voluntad tiene necesidad de perder la esperanza en la vida¨, y es esa esperanza convertida en la quintaesencia y motor de vida, la que abultó la pesada valija que hoy, entre capa y espada, carga como trofeo de batallas incontables, nuestro gran Tuno Mayor y gallito por excelencia, Gregorio ¨Goyo¨ Acevedo González.
Vástago de la prole engendrada por Gregorio Acevedo, padre y Virginia González, nuestro Goyo, como se le conocería en los surcos del mundo donde patearía senderos y canchas, cursó sus estudios en la Perla del Sur, Ponce, junto a sus siete hermanos. Conocedor de primera mano de las penurias de un Puerto Rico oprimido que se hicieron eco en las memorias que cantaba el mismísimo Rafael Hernández en su ¨Lamento Borincano¨, donde triste iba el jíbaro borinqueño, quien llorando lamentaba el porvenir de su tierra y su futuro, dio Gregorio sus pasos primados, entre las polvorientas calles de un arrabal ponceño. Pero fueron los recios años de la pobreza y la necesidad, los que fueron cincelando cual mármol, la recia voluntad de este futuro personaje de la historia universitaria riopedrense y de Puerto Rico. Fue en el Barrio Berlín, donde entre risas, cantos y esperanzas a flor de piel que Goyo conoció y compartió con sus ídolos deportivos Reinaldo (Pochi) Oliver y Pedro Pacheco, íconos de la UPR y de la isla. Continuó estudios en el Seminario San Ildefonso en Aibonito y obtuvo su diploma de escuela secundaria en la legendaria Ponce High y un boleto inmediato, expedito, hacia la gran ciudad, San Juan.
Como si fuese una estampa sacada de la misma ¨Carreta¨ de René Marqués, Goyo Acevedo emigró al norte, pero de la isla, tomando posición de su plaza de estudiante en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, en el año 1959, donde eventualmente obtuvo su Bachillerato en Administración de Empresas, un bachillerato que como bien dice él, llegó casi de súbito luego de que su oficial de registraduría se sorprendiera de que , luego de unos cuantos años de correr pasillos y salones, había logrado y culminado. La universidad se convirtió en su más grande refugio, donde en la variopinta aventura de sobrevivir, probó las mieles del éxito y el fracaso en una de sus más grandes pasiones, el deporte. Se inició deportivamente formando parte del primer equipo de Judo de la IUPI, bajo la dirección del Sargento Parsi (ROTC), el Maestro Masayuki Takajama y el Maestro Otto Brito.
Pero su encuentro fortuito con el que sería su deporte rey, llegó a inicios de la década del ¨60. Fue en ese año, que Goyo ingresó al Programa de Esgrima bajo la tutela del Profesor Jean Lessieux, convirtiéndose en campeón universitario de florete y sable; y luego en estudiante instructor. Como esgrimista, fue integrante del Equipo Nacional en el cual cosechó los títulos de campeón de Florete en dos ocasiones, Campeón de Sable en cuatro ocasiones y Campeón Nacional de Espada en una ocasión.
En 1965 obtuvo una beca para estudiar en la Escuela de Maestros de Esgrima en París (Francia) donde quedó segundo en su clase. Pero sus huellas en la universidad verían un cambio repentino en el destino que se había trazado. No ajeno Puerto Rico de los conflictos internacionales que aquejaban una sociedad global inmersa en una guerra de temperaturas gélidas, aunque muy activas, Goyo interrumpió sus estudios para cumplir con el servicio militar. Fue llevado a Texas a recibir su entrenamiento básico, y allí, aún en la lejanía de su tierra, mantuvo su activa presencia deportiva formando parte de la competencia de Esgrima en Fort Hood (Texas) donde obtuvo primer puesto en Sable, segundo en Florete y en Espada. Fue enviado a luchar en las selvas de Vietnam a finales de la década del ¨60, trayendo consigo las imágenes del horror de una guerra que no pidió, y cuyas secuelas son marcas indelebles en la memoria de un soldado por obligación.
Aunque Gregorio es pilar del deporte de la esgrima, sin dejar a un lado sus pininos en la pista, en el tatami o hasta en la cancha, la imagen del Goyo que todos conocemos no se aleja de los colores que pintan el cuadro más valioso de los pasillos de la universidad centenaria, el TUNO.
Fue una ventana la responsable de dos cosas, el despertar curioso de este pequeño ponceño en Río Piedras, y de su salto cual liebre, al salón de ensayos de la Tuna de la Universidad de Puerto Rico. La Tuna Universitaria había sido formada en 1961 por la profesora Norma Urrutia de Campo, y fue puesta en manos del diestro musical y maestro, Don Francisco López Cruz. No resultaban desapercibidos los repiqueteos de panderetas, laúdes y guitarras para todo aquel que pasaba cerca de la Glorieta Veve, lugar de ensayo y reunión de la Tuna. Y así como seducido cual Jasón por las sirenas del océano, Goyo se dejó encantar por una tuna que no le abandonaría jamás…todo lo que pudo una ventana, por la cual, dicho sea de paso, saltó Goyo durante un ensayo de la Tuna, para nunca salir.
Con excepción de sus períodos de estudio en Europa y su servicio militar, Goyo no dejó su tuna desamparada hasta que tocó partir a las responsabilidades de una vida adulta. Gregorio deja la tuna universitaria a inicios de la década de los 70 para aceptar un empleo en el Departamento del Trabajo y Recursos Humanos, aunque sin olvidar su traje de tuno y su guitarra. Sin embargo, la oportunidad llegaría en 1972, cuando una tuna que languidecía, le llamó al rescate, ofreciéndole el recinto un trabajo a medio tiempo para dirigir la Tuna, su amada Tuna. Tomando una de las decisiones más duras y trascendentales de su vida, Goyo abandonó la estabilidad de su empleo para levantar nuevamente la Tuna de la Universidad de Puerto Rico; el resto, es historia. De los cincuenta y cinco años de existencia de la Tuna, Goyo ha formado parte de ella por cincuenta y tres años. Ha sido su director durante cuarenta y cuatro años y fue el artífice y desarrollador del baile de la capa, el baile de la bandera y fue el responsable de llevar el baile de la pandereta a niveles competitivos. De hecho, en el 2005, a los sesenta y tres años de edad, ganó el primer premio de pandereta en la ciudad de La Serena, Chile, siendo uno de los tunos de mayor edad en ganar un premio de este tipo. Pero aún impresionados por estos logros, muchos desconocen el legado de Goyo como maestro de multitudes, moderno Abraham del mester del buen tunar.
Por sus manos han sido cientos, los seres humanos que han sido transformados a través del crisol de la Tuna. Jóvenes que en su afán de trascender como estudiantes músicos y ávidos de novedad, llegaron a la tuna universitaria a ¨patear las sendas del mundo¨. Alfarero de sueños y voluntades, Goyo ha sembrado en el fértil camino de la hermandad tuneril, frutos que una vez maduros, se han convertido en seres humanos de alto valor para esta sociedad. Desperdigados por las cuatro esquinas del globo, andan conectados por un hilo conductor, hilvanado en las melodías de las canciones enseñadas, una familia de hermanos y hermanas tunos que han visto en Goyo el padre y confidente responsable de hacer realidad los sueños del hasta más escéptico. Forjador de pandereteros que fueron espejos de sus diestros movimientos y piruetas, Goyo ha sido paladín en la defensa ardida y comprometida de la novedad que representó en una tradición centenaria como la tuneril, la inclusión de chicas en esta. Su férrea voluntad convirtió a la Tuna de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras no solo en la primera tuna de la isla, si no, la más longeva, cuya ininterrumpida trayectoria se la debe a su magistral dirección. Cual barco que botado a la mar, se enfrenta a los misterios de los siete mares, la Tuna ha sido el buque escuela de tantos marineros, quienes al mando del Goyo capitán, han sabido traer a buen puerto, esta honra universitaria, que es la Tuna UPR. Responsable de la internacionalización de la Tuna, las primeras competencias y los primeros viajes al sur de nuestro continente son logros consabidos en la capa de Goyo, que luego de más de 45 años de dirección, continúan trayendo gloria y honra al recinto.
Podríamos servir más de una ceremonia y aun así, no nos daría el tiempo ni la vida para hablar de las hazañas de vida de nuestro Goyo. Aquel que dude de infinidad, solo basta mirar los rostros de aquellos y aquellas, que por medio de la tuna, el deporte y la docencia, han sido transformados por las manos y el corazón del héroe más humano, Goyo. Sus medallas, honras, exaltaciones a salones de la fama de los deportes, premios al mejor pandero y otros son parte esencial de sus logros personales, pero definitivamente su mejor corona son todos los estudiantes y compañeros que le recuerdan lo indiscutible de su legado.
Y hoy, es ese legado de hombre sencillo, observador, caballeroso, amigable, cumplidor y gran padre, cualidades que aprendió de su madre Doña Virginia y que obsequió a sus hijas, Raquel y Rebecca, y su hijo, Josué, y que comparte junto a su gran amor Jo Ann Atkinson, esposa y compañera, lo hacen merecedor de esta distinción. Cantemos todos un himno de alegría y que tañan el carrillón marcando esta hora cimera, donde todos concurrimos a validar las palabras de Eladia Blázquez:
Merecer la vida es erguirse vertical
más allá del mal, de las caídas…
Es igual que darle a la verdad
y a nuestra propia libertad
la bienvenida!Eso de durar y transcurrir
no nos da derecho a presumir
porque no es lo mismo que vivir
honrar la vida!
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